Poetas de Guantánamo. Por: Pedro López Cerviño. La Literatura y el Cine. I: Cervantes, Kafka y Orson Welles. Por: José Julio Perlado.

 

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 Nacido en Guantánamo en 1946 y de evidente ascendencia anglosajona-caribeña, este es uno de los bardos de más fuerza de la isla. Irreverente como pocos, sabio y, a veces petulante porque sabe que sabe. (Pedro López Cerviño)

 

 

 

 

 

 

 

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Nos miran desde detrás de la pantalla con sus novelas abiertas o con sus guiones prestos para el rodaje y nos preguntan en la oscuridad si creemos que ellos han podido ser bien o mal adaptados a ese nuevo lenguaje de la imagen, precisamente ellos, que trataron de crear numerosas imágenes trabajando con el instrumental de las palabras.( José Julio Perlado)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 Un poeta de Guantánamo: Marino Wilson Jay. Por: Pedro López Cerviño.

 

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 ¿Quién es Marino Wilson Jay? Este es otro de mi lista de los poetas que han de tenerse en cuenta para si alguna vez nominamos a la categoría de Poeta Nacional. Nacido en Guantánamo en 1946 y de evidente ascendencia anglosajona-caribeña, este es uno de los bardos de más fuerza de la isla. Irreverente como pocos, sabio y, a veces petulante porque sabe que sabe; a Marino lo encontré hace poco más de treinta años cuando estudiaba letras en la Universidad de Oriente, en los predios del Taller Literario José María Heredia, especie de tertulia que animaba Efraín Nadereau ( alguna vez hablaré en estos apuntes sobre él).

 

 

 

Marino es, además de prolífico ensayista, crítico, antologador de varios volúmenes de versos, editor de filo fiero aguzado y sobre todas las cosas -además de buen poeta- buen bebedor de ron. Orador ocurrente de ingenio pronto Marino Wilson Jay es de los que se gastan una poesía estentórea que suena como las aguas que despeñan desde una catarata. Es célebre por sus frases, que en las más nutridas reuniones han trazado pautas o han destronado hitos y personajes más de una vez. Es célebre por los buenos títulos, tanto que he querido comprárselos infructuosamente.

 

Marino Wilson Jay, la figura o el Sitio (si es que un hombres es sitio) al que acuden muchos en busca urgente de la verdad del conocimiento. El mismo es una alforja de referencias, citas de sabios, anécdotas y preceptos inviolables en el arte del escriba.

Considerado poeta, antólogo, crítico y poeta ha publicado Así comenzó la alborada, Yo doy testimonio, Granada la bella, El libro terrible, Tres poemas, El cuaderno malo, Veinte poemas de horror y misterio y Poesía funesta. Suyos son los ensayos Peligro: aquí se habla de poesía, Ensayo sobre la poesía de Víctor Villegas(con Gualterio Núñez Estrada).

 

Aparece en la antología La poesía de Santiago de Cuba, Ediciones Angeles de Fierro, República Dominicana, 2007. En 1994 gana Mención Honorífica(Poesía) en el concurso «Federico García Lorca» que es auspiciado por la Embajada de España en Washington y la Asociación de Licenciados y Doctores Españoles en Estados Unidos, y en ese mismo género obtiene premio y mención en los certámenes Aldo «Pedro Alessandri» y «Marino Moreno» (1996 y 97), respectivamente; ambos en Argentina.

 

Hace poco le publicaron una edición bilingüe de su poesía en Inglaterra y la editora Manis Ametller le tiene editado un libro que en cualquier momento publica.

 

Por él valdría la pena citar aquellos versos del apócrifo Noé llamado El Etrusco:»Y cuando lo veáis en su rincón cual tomando la placidez del sol tened cuidado que puede ser León aunque parezca un suave caracol». Gran gurú siempre tiene la palabra exacta para curar al yerro del prójimo y la letra filosa para aquel que le invade sus dominios. ¡Salve Marino! Es bueno que los que vayan a morir algún día te saluden. Así no morirán con la angustia de no haberte conocido.

 

La Literatura y el Cine: I:  Cervantes, Kafka y Orson Welles. Por: José Julio Perlado.

 

   ( Decorado de Intolerancia)

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 Lo mismo que desde»Intolerancia» de Griffith en 1916 hasta «JFK» de Stone en 1991 – y la lista podía alargarse hasta nuestros días – la Historia y el cine han ido caminando hermanadas, cruzándose las venas de la creación en los acontecimientos reales y en la ficción de la pantalla, así ha ocurrido también con el paralelo caminar del cine y de la literatura. Por citar ejemplos de toda índole y en una rápida ojeada, he ahí «Sinuhé, el egipcio» de Curtiz en 1954, «Edipo rey» de Pasolini en 1967 , «Medea» del mismo Pasolini en 1970, «El año pasado en Marienbad» de Resnais en 1961, «Bajo el  volcán» de Huston en 1984, «Crimen y castigo» de von Sternberg en 1935, «David Copperfield» de Cukor en 1935, «Don Quijote» de Kovintsev en 1957, «Don Quijote» de Pabst en 1934, «Enrique V» de Olivier en 1944, «Fausto» de Murnau en 1926, «Fedra» de Dassin en 1962, «Guerra y Paz» de Vidor en 1956, «Hamlet» de Olivier en 1948 (después, otro «Hamlet» de Kozintsev en 1964), «Lo que el viento se llevó» de Fleming en 1939, «Macbeth» de Welles en 1948, «Madame Bovary» de Renoir en 1933 y otra versión de la misma novela francesa realizada por Chabrol en 1991, «Muerte en Venecia» de Visconti en 1970, «Noches blancas» en 1957 y «El Gatopardo» – también de Visconti – en 1963, «Otelo» de Welles en 1951, «Campanadas a medianoche» de Welles  en 1965, «El proceso» – igualmente de Welles -en 1962, «Reflejos en un ojo dorado» de Huston en 1967, «Rey Lear» de Kozintsev en 1970, «Ricardo lll» de Olivier en 1955, «El sueño eterno» de Sleep en 1946, «Rashomon» de Kurosawa en 1950, «El ruido y la furia» de Ritt en 1958, «El tambor de hojalata» de Blechtrommel en 1979, «Tristana» de Buñuel en 1970, «Desayuno con diamantes» de Edwards en 1961 y «Las uvas de la ira» de Ford en 1940.

Naturalmente es imposible citar aquí todas las obras que la literatura ha vertido en el cuenco de la cinematografía con mejor o peor acierto, pero ya distinguimos entre las sombras de la sala oscura y proyectándose la cámara sobre su rostro las efigies de Shakespeare o de Thomas Mann, de Tolstoi o de Dostoievski, de Steinbeck, de Kafka, de Truman Capote o de Robbe-Grillet. Nos miran desde detrás de la pantalla con sus novelas abiertas o con sus guiones prestos para el rodaje y nos preguntan en la oscuridad si creemos que ellos han podido ser bien o mal adaptados a ese nuevo lenguaje de la imagen, precisamente ellos, que trataron de crear numerosas imágenes trabajando con el instrumental de las palabras.

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En el caso de Shakespeare, su gigantesca sombra desciende sobre muchos creadores cinematográficos y los atrae poderosamente. Entre otros, imanta de modo muy continuo a Orson Welles. Joseph McBride llegó a escribir que «cada vez que tuvo que volver a hallar su identidad artística, Welles volvía a Shakespeare». Welles va directo a algunas obras de Shakespeare y de otras  toma diversos aspectos para intentar reunirlos en una sola película. Así  en «Campanadas a medianoche» – guión escrito a  partir de las obras de Shakespeare «Ricardo ll«, «Enrique lV» (primera y segunda parte), «Enrique V» y «Las alegres comadres de Windsor«»- en donde dedica diecisiete minutos a una larga batalla visual que el gran director construye con trescientos noventa y dos planos distintos. Pero Shakespeare siempre es Shakespeare y el genio fílmico de Orson Welles roza tan sólo la profundidad de las frases o los versos de un gigante como es el autor de «Rey Lear».

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Los grandes dramas y las grandes pasiones desencadenadas por Shakespeare, por ejemplo en «Macbeth», hicieron decir sin embargo a Jean Cocteau en el momento en que la vio en el cine que el  «Macbeth» de Welles «es una fuerza salvaje y arriesgada. Ataviados de coronas de cartón, vestidos con pieles de animales como los primeros automovilistas, los héroes del drama se mueven en los pasillos de una suerte de metropolitano de ensueño, en cuevas destruidas que rezuman humedad, en una mina de carbón abandonada. No hay un solo plano aventurado. La cámara se ubica siempre en el lugar en que el ojo del destino observa a a las víctimas. A veces nos preguntamos en qué época transcurre su pesadilla, y cuando por primera vez nos encontramos a lady Macbeth, antes de que la cámara retroceda y la sitúe, casi vemos a una dama vestida con traje moderno y reclinada en un diván de piel junto a su teléfono».

 

 

 

 

 

 

 

 

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 Son las licencias creadoras de Orson Welles que al acercarse a Shakespeare le dieron muchas veces un resultado óptimo mientras que ante Cervantes y su «Don Quijote» la aventurada adaptación para el cine se le rebeló. Empezó a rodar la gran obra de Cervantes en el verano de 1957 en México en un intento de actualizar las invenciones del personaje (por ejemplo, la batalla contra los moros tiene lugar en un cine, los molinos de viento se sustituyen por excavadoras en una cantera), pero el film nunca se concluyó. Además, la muerte de Akim Tamiroff en 1972, al que Welles le había encargado la tarea de encarnar a Sancho Panza, significó el definitivo fin del rodaje aunque no del montaje, que en parte se ofrecería en 1992. El propio Welles explicó la forma en que se hizo ese rodaje, «con un grado de libertad – dijo – que en vano buscaríamos en las producciones normales, porque se ha realizado sin guión, sin tan siquiera un hilo conductor narrativo, sin un esbozo de relato. Cada mañana, los actores, el equipo y yo mismo nos reuníamos ante el hotel y partíamos a la aventura, inventando el film durante todo el trayecto». El cine, en este caso, quiso separarse de tal modo de la literatura con una interpretación arriesgada y muy libre, y tal cosa  no llegó nunca a buen término.

 

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En el caso de Kafka, otra figura capital de las letras, la incursión de Welles en «El Proceso» – rodado en Roma, Milán, París, Dubrovnik y Zagreb e interpretado por Anthony Perkins, Jeanne Moreau, Romy Schneider, Elsa Martinelli y el propio Welles – supuso un esfuerzo por congregar inolvidables fragmentos visuales (los techos opresivos, las huidas a través de angostas galerías) que intentaban reencarnar la atmósfera kafiana, y en parte lo consiguieron. Pero la obra literaria quedaría, como en  otras ocasiones,  muy por encima de la obra fílmica. Algunas adaptaciones han superado en la pantalla el valor de los libros, otras las han igualado, muchas en cambio las han devaluado de modo lamentable. «Si es imposible expresar una novela – decía Víktor Sklovski en 1923 – con palabras diversas a aquellas con las que ha sido escrita, si no se pueden modificar  los sonidos de un poema sin modificar su esencia, aún menos se puede sustituir una palabra por una sombra gris-negra centelleante sobre la pantalla». Sin embargo hay películas perdurables que han vertido y convertido admirablemente piezas de alta calidad literaria en piezas de calidad cinematográfica.

 

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 También hay obras literarias menores – como por ejemplo «Noches blancas» de Dostoievski – llevadas con gran dignidad al cine, como es el caso de Visconti, y en cambio hay otras obras mayores – como «En busca del tiempo perdido» de Proust –  que no se consiguieron trasladar nunca a la pantalla en su conjunto. Sólo puso salvarse la adaptación de un único episodio autónomo del ciclo, «Un amor de Swann«, dirigida por Scholöndorff en 1984.

 

 

 

 

 

 

 

 

Cine y literatura, literatura y cine, siempre en la encrucijada de la palabra y la imagen.