De Recuerdos y Olvidos. Por : José Julio Perlado.

La patria de los recuerdos es doble: vienen algunos de ellos  a partir de lo que experimentamos en el mundo que nos rodea y vienen otros desde los mundos que imaginamos o soñamos. ( José Julio Perlado).

 De Recuerdos y Olvidos. Por : José Julio Perlado.

«Me acuerdo de H.G. Wells, Simenon, Ray Bradbury. Me acuerdo que Fellini me llamaba Snaporaz. Me acuerdo de la primera vez que he visto las montañas, y la nieve, y la emoción que he sentido. Me acuerdo de las manos de mi tío Umberto, manos fuertes como tenazas, manos de escultor. Me acuerdo del silencio que envolvió al restaurante «Chez Maxim´s» cuando apareció Gary Cooper en esmoquin blanco. Me acuerdo de la nieve sobre la Plaza Roja, en Moscú. Me acuerdo que he visto mi primera película en Turín: «Ben Hur«, con Ramón Novarro. Tenía seis años. Me acuerdo de una noche de verano con olor a lluvia. Me acuerdo de la hermosa cabeza blanca del arquitecto Ridolfi, mi profesor de dibujo arquitectónico. Me acuerdo de un  sueño en el que alguno me dice que debo llevarme los recuerdos de la casa de mis padres. Me acuerdo de la sensación de silencio y de luz suspendida sobre la ciudad de Jerusalén como un vapor místico. Una vez, me acuerdo, he soñado con vivir en un dirigible. O quizá en una astronave. Me acuerdo de la música de «Stardust«. Era antes de la guerra. Bailaba con una muchacha que llevaba un vestido de flores. Me acuerdo de los primeros dibujos de mi hija Bárbara. Me acuerdo de la ligereza constante de Fred Astaire».

 

Y así van y vienen los recuerdos en la cabeza de Marcello Mastroianni cuando ya tiene  72 años, su cabeza cubierta por un sombrero blanco flexible, el cuerpo embutido en una chaqueta blanca de verano, las piernas cruzadas, la mirada fija  en todo lo que ha vivido, en todo lo que ha bailado, reído, interpretado, gesticulado, a su lado tiene una mesita con una jarra y un vaso de agua, y alrededor está el campo de Portugal, la naturaleza y  el mundo.

Era entonces 1996  -pocos meses antes de la muerte del actor -, en las pausas de su trabajo para la película «Viaje al principio del mundo«, rodada por su última compañera, Anna Maria Tatò.  Entonces Mastroianni aceptó volver la mirada al pasado, giró los ojos hacia lo que uno cree que ya tiene olvidado, y así,  poco a poco, surgió su  film-confesión titulado «Mi ricordo, , io mi ricordo«.

Me acuerdo, sí, me acuerdo. ¿De qué nos acordamos nosotros? ¿Adónde se encaminan nuestros recuerdos cuando echan a andar? ¿Nos acordamos quizá de lo que creíamos huido – frases, gestos,  movimientos diminutos, tal vez una  luz precisa,  una hora exacta, la mirada última que nos conmovió,  un timbre de voz? Un investigador norteamericano, estudioso de los mecanismos moleculares de la memoria, el profesor Lynch, hacía notar: «Imagínese que tomo sus apuntes de segundo de carrera, le enseño algo que escribió hace tantos años y le pregunto: «¿se acuerda usted de esto?», y usted dice: «sí, ya lo recuerdo; hace años que no me acordaba de esto». Pues bien, desde el momento en que usted escribió eso, todas las proteínas de su cerebro han sido sustituidas muchas veces. El cerebro entero está siendo destruido y reconstruido constantemente, pero los recuerdos siguen ahí y ése es el mayor misterio de toda la biología y de toda la psicología».

 

O sea que Hamlet podría ahora tomar  en la mano la calavera de los recuerdos y los olvidos, y  paseándose  por la escena de la vida, podría ir repitiendo. «¡Morir…, dormir! ¿Recordar? ¿Olvidar?… ¡Tal vez soñar!», pero el secreto de los recuerdos no llegaría a  desentrañarlo nunca, continuarían envueltos en el misterio, ya que se sabe que siempre que recuperamos un recuerdo su contenido sufre algún cambio, por pequeño que sea; existen datos que prueban que cuantas más veces se describe verbalmente la cara de una persona, más se reduce su capacidad para reconocer posteriormente dicha cara en una fotografía.

 Y esto es así porque la patria de los recuerdos es doble: vienen algunos de ellos  a partir de lo que experimentamos en el mundo que nos rodea y vienen otros desde los mundos que imaginamos o soñamos. Se ha dicho que cuando contamos la misma anécdota cada versión siempre difiere en algo de las otras, ya sea porque se añaden algunos detalles o porque, sin querer, omitimos o modificamos otros. Por tanto, cuando Mastroianni evoca el  recuerdo de cómo le besó una mujer en un tren a oscuras, en plena guerra, un tren que viajaba con las luces apagadas por el riesgo de los ataques aéreos, no se conoce – él mismo no lo conoce – si dice exactamente la verdad. «Yo que soy un gran fumador -relataba lo que le ocurrió en aquella ocasión – encontré la manera de encender un cigarrillo. Y encendiendo ese cigarrillo iluminé lógicamente  mi rostro; sin embargo, un poco ciego por aquella luz, no vi quién estaba frente a mí. Y una mujer se acercó y  me dio un beso. Fue una emoción fulgurante. ¡Tan misteriosa! Yo no he sabido nunca quién fue, si era joven o vieja. Nunca he sabido quién me besó. Que era una mujer, de eso estoy seguro. Pero si era bella o era fea, no lo sé. Si embargo aquel beso fue muy hermoso.¿Cuántos años han pasado?  Aquel momento es aún uno de los recuerdos más intensos de mi vida. La memoria es curiosa, ¿no es verdad?».

 

 Se pensaría que es el galán italiano el que quiere resaltar el instante de una aventura nocturna, pero cuando a  Mastroianni le obligan a elegir el recuerdo más profundo de su vida ése no lo escoge.  «Se me pregunta cuáles son los recuerdos que me llegan con más intensidad – declara -, aquellos que yo veo más nítidamente. ¿El cine? ¿El éxito? No, nada de todo eso. Los recuerdos más profundos son aquellos que están unidos a mi infancia, a mi adolescencia; a mi madre, a mi padre .Ciertamente tengo muchos recuerdos; pero aquellos de entonces son aún mucho más fuertes, muy  potentes. Todo lo que ha venido después -el éxito, el dinero, la fama – no ha dejado una huella tan verdadera ni tan profunda  como el recuerdo de mi madre, sus jornadas que no acababan nunca, ella, que era  la primera en levantarse y la última en irse a dormir».

 

Un escritor francés de finales del XVlll y principios del XlX, , amigo de Chateaubriand -Joseph Joubert -, evocaba siempre: «Están los que recuerdan su infancia y los que recuerdan el colegio». Y es verdad. La infancia emerge en el fondo de todas las memorias y de ella se nutren muchas obras de arte. La infancia con todas sus peripecias, descubrimientos y curiosidades. Mastroianni no ha sido el único que públicamente ha querido recordar. Aparte del belga  Simenon con su «Je me souviens» (1945),  otro escritor francés, fallecido en 1982,  Georges Perec, autor de libros insólitos, originales y vanguardistas ( por ejemplo, «La vida: instrucciones de uso» (1978) que conquistó el Premio Medicis),  decidió que sus recuerdos desfilaran en su libro también titulado  «Me acuerdo» (1978).. De su cantera autobiográfica fueron saliendo 480 pequeñas y grandes piedras que marcaron el camino de su época, ese recorrido de años que a cada uno nos toca vivir. «Estos recuerdos – nos dice – no son exactamente recuerdos, y sobre todo, no son recuerdos personales, sino diminutas porciones de lo cotidiano, cosas de tal o cual año, gentes de la misma edad que las han visto, las han vivido y han participado en ellas, y que, por otra parte, desaparecieron enseguida, fueron olvidadas; no valen la pena de ser memorizadas, no merecen ser parte de la Historia…», y sin embargo Perec las fue recogiendo y con ellas construyó un amplio mosaico de alusiones a modas, vivencias y  costumbres  que a muchos acompañaron durante largo tiempo y que luego serían reemplazadas por otras vivencias,  costumbres  y  modas.

 

«Es tal vez aquella cosa que se aprendió en el colegio – explicaba Georges Perec sobre estos recuerdos  -, un campeón, un cantante o una estrella, un aire que estaba en todos nuestros labios, una catástrofe que aparecía en portada de todos los diarios, un best-seller, un escándalo, un eslogan, un hábito, una expresión, un vestido o una manera de llevarlo, un gesto o cualquier cosa minúscula, nada esencial, algo absolutamente banal, milagrosamente arrancado a su insignificancia, reencontrado por un instante, suscitado durante algunos segundos por una impalpable y pequeña nostalgia».

Así va recogiendo todo eso: «Me acuerdo -dice por ejemplo –  del «Adagio» de Albinoni», «Me acuerdo del día en que  Japón capitula», «me acuerdo de que yo empecé una colección de cajas de cerillas y de paquetes de cigarrillos», «me acuerdo de las carreras de grandes motos en el Parque de los Príncipes», «me acuerdo de que los cuatro cuartos debían su nombre al hecho de que estaban compuestos de un  cuarto de leche, un cuarto de azúcar, un cuarto de harina y un cuarto de mantequilla», «me acuerdo de que había pequeños autobuses azules de tarifa única», » me acuerdo de los vagones de tercera clase en los ferrocarriles», «me acuerdo de que Jean Gabin, antes de la guerra, por contrato, debía morir al final de cada película», «me acuerdo que no me gustaba la «chucrut», «me acuerdo de la muerte de Martine Carol, cuando alguien profanó su tumba con la esperanza de encontrar alhajas», » me acuerdo de lo mal que lo pasé para comprender qué quería decir la expresión » sin solución de continuidad».

 

Georges Perec camina así por sus evocaciones y  las va alineando conforme salen de su memoria de tal forma que sobre los años vividos va dejando piedrecitas para que otros, o él mismo, puedan reconocerlos si alguna  vez  quieren volver. «No sé en qué punto – escribió en  otra de sus obras, «W o el recuerdo de la infancia» (1987) – se rompieron los hilos que me ligan a mi infancia. Como todas las personas, o casi todas, tuve un padre y una madre, un orinal, una cuna, un sonajero y más tarde una bicicleta, que al parecer nunca cabalgaba sin lanzar gritos de terror ante la sola idea de que le levantaran o incluso le quitaran las dos ruedecillas laterales que garantizaban mi estabilidad. Como todas las personas, lo he olvidado todo sobre los primeros años de mi existencia».

Quizá por eso lo recuerda.

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BIBLIOGRAFÍA:

 

Marcello  Mastroianni, «Mi ricordo, sì,  io mi ricordo».- Baldini&Castoldi

 

Georges Perec, «Me acuerdo».-Berenice

 

Georges Perec ,  «W o el recuerdo de la infancia».- Península

 

Georges Perec, «La vida: instrucciones de uso».-Anagrama