Mujeres en la Historia. Maria Antonieta. Por : Virginia Seguí

María Antonia Josefa Juana de Habsburgo Lorena, para el común de los mortales: María Antonieta, era la hija pequeña de Francisco I, emperador del Sacro Imperio Romano, y María Teresa de Austria, habiendo nacido en Viena el dos de noviembre de 1755; y dentro de la política de alianzas que llevaban a cabo los Habsburgo, a María Antonia le correspondió el mayor de los honores, convertirse en la delfina de Francia uniéndose en matrimonio con el futuro Luis XVI y así convertirse en la reina de los franceses tras la muerte de su abuelo Luis XV.

 ( Virginia Seguí)

Mujeres en la Historia: María Antonieta. Por : Virginia Seguí .

María Antonia Josefa Juana de Habsburgo Lorena, para el común de los mortales: María Antonieta, era la hija pequeña de Francisco I, emperador del Sacro Imperio Romano, y María Teresa de Austria, habiendo nacido en Viena el dos de noviembre de 1755; y dentro de la política de alianzas que llevaban a cabo los Habsburgo, a María Antonia le correspondió el mayor de los honores, convertirse en la delfina de Francia uniéndose en matrimonio con el futuro Luis XVI y así convertirse en la reina de los franceses tras la muerte de su abuelo Luis XV.

Su madre utiliza sus influencias, en la corte francesa, para conseguir que su hija menor sea el instrumento que acabe con la rencillas de las dos casas reales más importantes del momento: los Habsburgo y los Borbones; lo que sería ya motivo suficiente para hacer de ella un personaje histórico de primer orden; sin embargo, el destino quiso que su papel en la historia tuviera especial significación convirtiéndola en la reina mártir de la monarquía francesa ya que, una vez ya viuda de Luis XVI, corrió su misma suerte siendo guillotinada el 16 de octubre de 1793.

La revolución buscó su fortalecimiento por la vía del regicidio acabando primero con el rey y después con la reina; la obtención de las libertades individuales y el inicio de la caída del Antiguo Régimen, quizás exigían medidas crueles y sangrientas; pero ¿era realmente necesaria, para el triunfo de la Revolución, la muerte de la reina?, muchos no lo creen así; aunque si es cierto que muchas fuerzas contrapuestas se confabularon para, finalmente, acabar con su vida.

Los primeros contactos para la consumación de este enlace se iniciaron en 1766, cuando María Antonieta contaba apenas once años, y aunque la cuestión parecía ultimada y pese al interés de su madre, la realidad es que, el acuerdo y su realización tardaron en llegar todavía tres largos años; durante los cuales la joven pudo aún disfrutar de una infancia feliz compartiendo juegos con sus amigas y sus numerosos hermanos; el castillo y los jardines de Schoenbrunn, fueron mudos testigos de ello. Al parecer, su bondadoso, alegre y fogoso temperamento hacía que la joven princesa estuviera más inclinada a la diversión que a los estudios y cuando fue prometida al futuro Luis XVI, todavía no escribía correctamente el alemán ni el francés; ni poseía los necesarios conocimientos de Historia y cultura general; su educación musical dejaba mucho que desear, pese a recibir lecciones de piano del propio Gluk.

 Su madre se vio impelida a contratar maestros para subsanar estas deficiencias; no obstante; como en la corte francesa el tema se considera ya una cuestión de estado, dado que la joven está destinada a convertirse en la reina de Francia, le proporcionan un preceptor francés, trasladándose a Viena, para este fin, el abate Vermond, debía instruir a la joven y enviar informes a Francia sobre sus progresos. Manifestando sus impresiones dice de ella: “Tiene más inteligencia de la que se sospechó en ella durante largo tiempo, pero, por desgracia, esta inteligencia, hasta los doce años no ha sido acostumbrada a ninguna concentración. Un poco de dejadez y mucha ligereza me han hecho aún más difícil el darle lecciones. Comencé durante seis semanas por los fundamentos de las bellas letras; comprendía bien, juzgaba rectamente, pero no podía llevarla a que profundizara sobre las materias, aunque sentía yo que tenía capacidad para ello. De ese modo comprendí finalmente que sólo sería posible educarla distrayéndola al mismo tiempo.” Esta parece que será la tónica general en su forma de actuar y comportarse durante muchos años; sólo cuando la amenaza sobre su familia y la corona sea real dejará al descubierto su verdadero carácter y sus verdaderas capacidades intelectuales.

El proceso en el que tuvo lugar su traslado de una corte a otra tuvo lugar en unas pequeñas y aisladas islas del Rhin, situadas a medio camino entre Francia y Alemania, allí se construyeron dos antecámaras; ella penetraría desde el lado alemán y saldría por el lado francés dispuesta a convertirse en la esposa de Luis XVI. Los mencionados aposentos fueron decorados al efecto y pudieron ser visitados antes de la ceremonia, así fue como Goethe pudo visitarlos junto con un grupo de estudiantes alemanes como él, advirtiendo al instante el error de los decoradores al representar en los tapices el tema de Medea, Jasón y Creusa, ya que su matrimonio no podía considerarse demasiado ejemplar y considerándolo de mal augurio situarlo en estos aposentos teniendo en cuenta la ocasión.

 

Su matrimonio con el delfín de Francia significó para ella una importante ruptura con su vida cotidiana en plena adolescencia; ya  que, según la costumbre, al desposarse iniciaría una nueva vida y nada de la anterior debía perturbar este hecho; su ruptura con la casa de Austria debía ser completa; es perfectamente imaginable el dolor que debió producirle la separación de su familia y de su hogar al partir a cumplir su destino. El protocolo exigía que se despojase de todas sus ropas: solo telas francesas deben cubrirla desde ahora. Ningún recuerdo, y sobre todo, lo más doloroso, ningún amigo o conocido puede acompañarla. La joven princesa debe afrontar sola esta nueva etapa de su vida en la que todo le será extraño.

El viaje hasta París permitió a la joven sentir la alegría y el entusiasmo del pueblo francés por su próxima unión con el delfín; en el bosque de Compiègne, le esperaba la familia real y, por supuesto: su futuro esposo, un joven aturdido, rígido, torpe y de adormecidos y saltones ojos que la recibió sin gran entusiasmo pero que no dejó de besarla ceremonialmente en la mejilla; sólo Luis XV, su abuelo y actual rey de Francia, hace vibrar a la joven con su cariñoso recibimiento. Su matrimonio se celebrará en la Capilla del Palacio de Versalles, el 16 de mayo 1770 ya que sólo podía asistir a él la sangre más noble y aristocrática de la corte francesa.

Solucionado el tema, poco después, María Antonieta será madre lo que dará un giro a su vida; que hasta entonces había sido motivo de escándalo para el pueblo francés y de preocupación para su madre, que veía cómo su hija desperdiciaba su vida en diversiones abandonando sus deberes conyugales y sus capacidades intelectuales, llevando una vida de lujo y disipación que, a su entender, tarde o temprano le pasaría factura.

Cuando María Antonieta llegó a la corte francesa se encontró casada con un joven introvertido y extraño con el que era difícil relacionarse y con el que no tenía nada en común; viviendo en un lugar desconocido y, en cierto modo, hostil; hostilidad que se encontraba justificada por las reticencias que existían sobre ella, y que no debemos atribuir únicamente a aristócratas y cortesanos que la denominaban despectivamente: “la austriaca”, ya que con este sobrenombre había sido calificada por sus cuñadas; es decir que, la hostilidad provenía incluso de la familia real, exceptuando al rey Luis XV que la profesaba gran cariño, el resto de sus miembros miraba por sus propios intereses y María Antonieta era, para muchos de ellos, un peligro; sobre todo para los hermanos del rey que conservaban intactas sus pretensiones sucesorias; sabiendo que en el caso de que su hermano Luis muriera sin descendencia, ellos accederían al trono.

 Sin una sola amiga en quien confiar y siendo, todavía, una niña acostumbrada a vivir en la corte de los Habsburgo mucho menos estricta que la francesa en donde todo estaba medido y organizado, le costaba trabajo mantener la etiqueta y el protocolo; seguía educándose bajo la dirección del abate Vermond, y continuaba igual de distraída y poco inclinada al estudio que cuando estaba en Viena; prefería los juegos con sus cuñados que cualquier lectura o estudio si exigían concentración. Su madre intentaba controlarla desde Viena y la obligaba a escribirla todos los días contándole los pormenores de su vida y sus progresos educativos; la había confiado al embajador austriaco Mercy y obtenía de éste informes diarios y detallados de todos los aspectos relacionados con ella; informes mucho más exhaustivos que los que su hija le escribía en sus cartas diarias; con ello estaba al corriente de todo y, frecuentemente, la escribía reprendiéndola por su conducta y aconsejándola para que se corrigiera.

Pero Francia estaba muy lejos de Austria y María Antonieta, aun atendiendo inicialmente los consejos de su madre, los olvidaba pronto y volvía a comportarse impropiamente. En Versalles vivía bajo la atenta mirada de sus cuñadas que la mal aconsejaban y malmetían para que actuara conforme a sus propios intereses; como en el asunto de Madame Du Barry, en aquel momento amante de Luis XV; a la que hicieron que María Antonieta ignorará y no le dirigiera la palabra durante meses creando una situación insostenible, ya que la Du Barry tenía gran ascendencia sobre el rey y exigía un trato digno, o al menos no vejatorio. María Antonieta no tuvo más remedio que ceder dirigiéndole, durante una comida, cuatro palabras; cuatro palabras que sintió como una derrota y una humillación. Algunas jóvenes aristócratas que frecuentaban la corte se hicieron sus amigas, aunque no todas ellas eran de plena confianza pues les era difícil superar sus intereses personales intentando con frecuencia obtener favores de ella; la primera favorita de la reina fue  Madame de Lamballe, fue una elección afortunada, perteneciente a una de las más ricas familias de Francia no le interesan ni el dinero ni el poder, es afable, delicada, prudente y discreta, corresponde al cariño de la reina con una leal amistad; lo contrario de la condesa Julia Polignac, que pertenece a una familia asediada por las deudas y que lo que realmente busca de la reina es conseguir favores y posición; además fomentarla sus inclinaciones por el lujo y la diversión.

Tras estos tres años de confinamiento en Versalles, María Antonieta, consiguió que Luis XV la presentara al pueblo parisino, y así el 8 de junio de 1773 acompañada por el rey recorrió el camino desde Versalles a la capital de Francia, recorrido cubierto de espectadores, un pueblo deseoso de aclamar a la delfina; así conocerá las mieles de popularidad y conquistará París; aunque, sin duda, París también la conquistará a ella; pues desde entonces vivirá entregada a la ciudad, visitándola con frecuencia, a veces con demasiada frecuencia; acudiendo a la Ópera, a la Comedia Francesa, a la italiana a los bailes y redoutes a las salas de juego y a otras muchas diversiones que la ciudad ofrecía; serán de su agrado, sobre todo, los bailes de disfraces, en los que le era más fácil pasar desapercibida pudiendo comportarse más libremente. Pero esto también la alejara de Luis XVI, quien estaba, en Versalles, dedicado a la caza y las cuestiones de gobierno; de este modo María Antonieta dormirá de día y vivirá de noche al contrario que su esposo; haciendo cada vez más difícil sus encuentros y dificultando su relación. Tras la muerte de Luis XV, el 10 de mayo de 1774, se convertirá en reina de Francia y entonces su poder aumentará.

Es evidente que María Antonieta no amaba a Luis XVI; podía sentir por él afecto y cariño, ya que era bondadoso y amable con ella, además de acceder a todos sus caprichos; y a pesar de todos los rumores sobre su vida disipada se mantuvo fiel a él durante muchos años, es cierto que coqueteaba con muchos caballeros pero, al parecer, su relación con ellos no pasaba de ahí; inicialmente se creyó que María Antonieta no había conseguido sentir un amor verdadero, pero al parecer esto no es así; ya que en uno de esos bailes de disfraces que tanto le gustaba frecuentar conoció a un joven sueco llamado Hans Axel de Fersen del que se enamoró siendo a su vez correspondida; su relación tuvo altibajos y para muchos no fue consumada; aunque la correspondencia entre ambos conservada por los familiares de Fersen demuestran lo contrario, además del mantenimiento de una amistad y una relación que superó muchos pruebas. Las cartas fueron publicadas por un descendiente de Fersen pero lamentablemente fueron mutiladas, lo que permite intuir también que censuradas debido a su contenido, es decir en ellas quedaba clara que su relación iba más allá del mero enamoramiento romántico; se encontraron en diversos momentos de la vida de ambos y fue un amigo fiel hasta los últimos y trágicos momentos que vivió la reina presa en el Temple, hasta su proceso y muerte.

Pero ni como delfina ni como reina María Antonieta sentó la cabeza y los gastos que sus caprichos y diversiones requerían consiguieron a hacerla impopular; que llegó a extremos insospechados; hasta el punto de circular, canciones, poesías, panfletos, libelos y toda suerte de artículos e incluso comedias en las que se hablaba mal de ella, calumniándola e insultándola con frecuencia; toda esta propaganda contra la reina estaba fomentada por personajes muy próximos a ella; que se sentían descontentos por no poder acceder a puestos importantes, etc.; toda esta visión negativa de su imagen pública, sin duda fue muy negativa para ella en los momentos cruciales de la Revolución, cuando su vida estaba en juego; todas estas injurias habían encontrado un caldo de cultivo en el populacho, y poco a poco la reina fue perdiendo adeptos. Ella no era consciente de ello, conocía los panfletos, incluso los leía ya que los encontraba en su mesa cuando acudía a desayunar o almorzar, pero no los daba toda la trascendencia que en realidad tenían.

Un tema de suma importancia fue el conocido como asunto del collar de la reina; en realidad fue una estafa en la que ella no participó pero fue utilizada y finalmente, aunque llevó el asunto al parlamento, no consiguió demostrar su inocencia, sino más bien al contrario solo aumento la creencia popular de su participación en él. Juana, hija legitima de Jacques de Saint-Rémy, descendiente de los Valois, pero arruinado y en la miseria tras la muerte de su padre vive una vida difícil, con su madre prostituida y ella mendigando por las calles, hasta que es recogida por la marquesa de Boulaninvilliers, que conmovida por la situación la educa, y coloca a los catorce años como aprendiza en casa de una modista; siendo después internada en un convento para doncellas nobles. Pero Juana no tiene vocación de monja y pronto huirá del convento; en su huida conoce a un militar, Nicolás De la Motte, con el que se casa; su marido noble de segundo orden es un joven acomodaticio y sin escrúpulos y ella una mujer ambiciosa cuyo fin es ascender en la escala  social. De la Motte es nombrado capitán por el rey, concediéndosele el título de conde; el matrimonio se las compone desde el principio para obtener las mejores prebendas. Su posición les permite conocer la animadversión que produce en María Antonieta el Cardenal Rohan, obispo de Estrasburgo y gran limosnero de Francia, que no es capaz de soportarle; comprobando, sin embargo, que él está deseoso de obtener los parabienes de la reina ya que su más escondido deseo es convertirse en primer ministro de Francia. La casualidad hace que Boehmer y Bassenge joyeros de la corte necesiten efectivos y, así, el matrimonio De la Motte consigue engañar al Cardenal que finalmente aportó el dinero que, teóricamente, necesitaba la reina para comprar el collar de diamantes del que está supuestamente encaprichada y que no podía pagar personalmente; ya que, en aquellos momentos no quería pedir el dinero al rey  debido a los grandes gastos que suponían sus caprichos. Los deseos del Cardenal de conseguir la amistad de la reina eran tantos que no duda de la farsa que los De la Motte organizan para convencerle; y finalmente se aviene a pagar el collar dándoles el dinero y se produce el engaño, desapareciendo el dinero y el collar. La reina que jamás conoció a De la Motte, ni a Juana, su mujer; y que nunca recibió al Cardenal y que no ha visto un solo diamante del collar  no sabe de qué le hablan los joyeros cuando acuden a la corte a pedir que lo abone, ya que para ellos ella era la compradora y por eso lo cedieron a los intermediarios, pero el dinero no ha llegado y ella como responsable debe asumir el gasto; la reina no tiene ni idea de lo que le  están hablando, hacen referencia a una carta que le mandaron, que efectivamente ella leyó pero que destruyó quemándola sin darle importancia ya que no decía más que desatinos, de esta forma ella a pesar de su inocencia queda ante el pueblo y la corte como dilapidadora de la fortuna del estado francés.

Es cierto que la reina ha gastado mucho, deseosa de salir de la estricta etiqueta de Versalles construyó en Trianon su pequeño refugio, un sitio donde sentirse libre; hasta entonces este pequeño palacete real había sido utilizado por Luis XV como un lugar de placer o buen retiro donde divertirse con sus diferentes amantes y otras damas de ocasión, Pero María Antonieta ve en él  su oportunidad para conseguir tener un lugar privado, pequeño, acogedor, cómodo, y, tras decorarlo a su antojo, con sus colecciones de objetos japoneses y otros muchos caprichos, lo convierte en su hogar, es para ella como un juguete; aislado y a la vez inmediato a Versalles, el lugar ideal para perderse y disfrutar de la naturaleza. Un lugar donde mandar ella no el rey, quien acude a visitarla con frecuencia como un huésped; pero recogiéndose temprano en sus aposentos de Versalles. La reina quiere, además, dotar a éste, su pequeño mundo, de un entorno natural alejado de los suntuosos jardines de Versalles. Acostumbrada a ir a la última moda, incluso a dictarla; quiere para el Trianon un jardín moderno y original, está harta de los campos de césped y los trazados a cordel del jardín barroco de Le Nôtre con sus geométricos adornos y recortados setos. Quiere seguir los consejos de Rousseau en su Nueva Eloisa y construir un jardín o parque natural con un paisaje inocente; reúne un grupo de arquitectos y artistas de su tiempo para que construyan lo que se ha venido en llamar un jardín anglochinesco, que no represente a la naturaleza, sino que sea la naturaleza misma. Así, pronto, el Trianon estará rodeado de árboles franceses, indios y africanos, tulipanes de Holanda, magnolias del mediodía, un lago, un riachuelo, una colina, una gruta, románticas ruinas y casas de aldea. Templos griegos y perspectivas orientales, molinos de viento holandeses, el norte y el sur, el este y el oeste, lo más natural y lo más extraño, todo artificial y todo auténtico. Hasta un volcán arrojando fuego y una pagoda china quiso primitivamente realizar, aunque los fondos no dieron para tanto. Así nos describe Zweig, en su biografía sobre María Antonieta, los jardines del Trianon.

Pero la autenticidad no se detiene ahí y la reina crea incluso hameaud, es decir un pequeño pueblo con verdaderos aldeanos, verdaderos animales, legítimas vaqueras, terneros, cerdos, etc. todo aquello que permita experimentar la naturaleza directamente. Los gastos del Trianon fueron cuantiosos y no pudieron llevarse a efectos todos  los proyectos deseados por la reina, había que hacer economías en tiempos de crisis.

Sobre la crisis económica francesa de aquellos años se ha escrito mucho y desde luego fue uno de los principales gérmenes de la Revolución, y es muy cierto que el estado Francés pasaba por dificultades financieras, y que su déficit alcanzó cuotas inesperadas; ahora bien justificar ésta por los gastos de la reina parece realmente exagerado; según Palmer y Colton en su Historia Contemporánea en 1788, sólo el 5% de los gastos públicos estaban destinados al mantenimiento de toda la institución real y lo que realmente sobrecargaba el gasto público eran los gastos de la guerra; que exigían el sostenimiento de ejércitos y armadas; esto era lo que generaba realmente la deuda pública; ese mismo año una cuarta parte del presupuesto anual estaba destinado a su manutención y mantenimiento. Lo cierto es que podríamos decir que la gran deuda del estado se debía a las guerras del pasado; los empréstitos que fueron necesarios para sufragar la guerra de la Independencia Americana no hicieron más que incrementar la deuda de cuatro mil millones de libras que el estado ya tenía. Ahora bien, ésta no era mayor que la existente durante el reinado de Luis XIV; lo que sucedía ahora era que el sistema de impuestos se había ido relajando y la taille, el impuesto más importante, era asumido solo por campesinos ya que muchos nobles tenía exenciones gracias a sus privilegios y no lo pagaban, lo mismo sucedía con los funcionarios públicos y muchos de los burgueses que siempre sabían buscar el mejor método para sumarse a los exentos. La iglesia no lo pagaba y sus bienes tampoco podían ser gravados con impuestos; y su sustancial, periódica y libre donación al rey  era con mucho inferior a lo que le hubiera correspondido de haber abonado impuestos directos. Así pues el problema básico era la organización de los impuestos, pero todos los ministros de finanzas que pretendieron solucionarlo fueron cesados; ya que los intereses de unos y otros eran muy fuertes y ninguno quería ceder los privilegios que tanto les había costado obtener y que habían mantenido a lo largo de los años.

Es evidente que los reyes no estaban preparados para preveer la importancia de la Revolución que estaban viviendo; creían que su poder estaba consolidado y no supieron valorar, hasta que fue tarde, el nivel de agresividad a que iban a llegar los revolucionarios. El rey  era un indeciso que se dejaba llevar por sus consejeros,  aunque juró la nueva Constitución; los revolucionarios lo encontraron culpable de sedición y esto no hay que discutirlo, porqué pese a todo lo que declaró en su proceso lo cierto es que hacía lo posible para obtener ayuda extranjera para conseguir acabar con la revolución y que todo volviera a ser como antes; pero la historia no estaba de su parte y una vez condenado a muerte murió en el patíbulo demostrando una valor y fortaleza de espíritu no de los que pareció carecer durante todos los años de su reinado.

Condenar a la reina fue más costoso, realmente ella no se metía en política y encontrar un motivo para condenarla fue más laborioso; por lo que recurrieron a las tradicionales críticas y tristemente para ella fueron las declaraciones del delfín, su propio hijo, un niño de nueve años las que le llevaron al patíbulo; hasta entonces las acusaciones no se sostenían; pero cuando, el niño, declaró haber sufrido abusos sexuales por parte de su madre obtuvieron la causa necesaria para ir contra ella. A partir de aquí la compararon con los personajes femeninos más abyectos de la historia y retomaron las críticas sobre su vida disipada y libertina con toda la serie de panfletos y libelos publicados contra ella que  hacían hincapié en su depravación; y también utilizaron el asunto del collar y a los cuantiosos gastos del Trianon acusándola de dilapidadora de los bienes del Estado, de este modo consiguieron que fuera condenada a muerte y guillotinada en la plaza de la Revolución el 16 de octubre de 1793

María Antonieta vivió esta última fase de su vida intensamente, hasta entonces no había sido más que una mujer caprichosa, indolente y coqueta, preocupada por temas completamente intrascendentes, en lugar de haberse unido a su madre María Teresa de Austria y a Catalina de Rusia, y así ser tres las mujeres que gobernaran la Europa de su época. Pero fueron el peligro y las dificultades las que hicieron aflorar en ella la verdadera esencia de su carácter, viviendo esta última época de su vida luchando hasta el último momento por sus intereses; prefirió quedarse en París a pesar de la oportunidad que tuvo de huir, no quiso abandonar a sus hijos en estos momento y asumiendo su condena y su muerte con la dignidad de una reina.

La reina Maria Antonieta camino del patíbulo, según Jacques-Louis David, pintor de la Revolución