Ángeles sin Sospecha. Ramón Miguel Montesinos. Por: Carlos Fernández.

  ( Leopoldo Novoa: Relieve ceniza con mancha negra)*

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Hace unos días, durante una presentación de un libro de poemas de un autor amigo mío, me presentaron a Ramón Miguel Montesinos. El apellido me llamó inmediatamente la atención y, efectivamente, me confirmó que era hijo del añorado Rafael Montesinos, el gran poeta sevillano de posguerra que nos dejó hará ya unos tres o cuatro años. Comenzamos a hablar de poesía en general y sobre nuestros gustos poéticos cuando, en la conversación, surgió que Ramón había escrito un primer libro de poemas titulado Ángeles sin Sospecha y que casualmente llevaba un ejemplar consigo. Reconozco que fui algo osado ya que hacía pocos minutos que nos conocíamos, pero no pude resistirme a pedirle que me dejara echarle una ojeada.

 

 

 

Amablemente, sacó de una bolsa el ejemplar que ahora tengo entre las manos y, no solamente me dejó ojearlo, sino que haciendo gala de una generosidad exquisita me lo dedicó y me lo regaló con una sonrisa. Ramón es de esos tipos con los que te puedes tomar una caña y hablar durante horas de poesía sin aburrirte ni un instante.

( Carlos Fernández ).

 

 

 

Ángeles sin Sospecha. Ramón Miguel Montesinos. Por : Carlos Fernández.

 

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Cuando le pregunté por qué un solo libro durante tantos años, él me contestó que no es un poeta capaz de forzar los versos sino que solamente escribe cuando fluyen en su alma. «No sería capaz ni de hacer un verso para un homenaje, si me lo pidieran. La poesía tiene que acudir a mí. Yo no la busco». Eso no quiere decir que no la lea o que no siga acudiendo a las tertulias de los martes en el Colegio Mayor Guadalupe para seguir en contacto con otros poetas y sus obras.

            Después de dos o tres lecturas reposadas de Ángeles sin sospecha, la primera sensación que saco es que sus versos están llenos de nostalgia. Quizá en ellos se recogen, y esto probablemente sea muy aventurado por mi parte, la ausencia del padre y la influencia Beckeriana de tantos años de poesía romántica vividos en su casa y que a la postre deberían influir en cualquiera que haya bebido de esa fuente. Esto no quiere decir que Ramón no tenga un estilo propio, que lo tiene. Simplemente que ninguno de los que amamos la poesía podemos renegar de influencias ajenas, de todo aquello que hemos leído. Esos que dicen: «Yo no leo nada para no contaminarme» no saben lo que se pierden y la cantidad de cosas que nunca van a aprender. Esta misma frase la he comentado con Ramón y él no puede estar más de acuerdo.

            Volviendo al libro, éste comienza con unas preciosas palabras de su hermano Rafael César y con un precioso prólogo de Luis Alberto de Cuenca. Los poemas están divididos en tres capítulos: Los de la primera parte despiertan en mí la sensación de partir en un viaje místico hacia un universo de recuerdos y nostalgias.

 

Dentro de su poema «Espejismos» podemos leer:

 

marea

(…) Atrás quedaron las cenizas

de aquel niño que no quiso envejecer,

el oleaje de las lunas

sobre las flores grises

y aquellos besos

que enfermaron lentamente

junto al recuerdo de unas promesas.»

 

En  La Última Isla los recuerdos se agolpan entre sus versos:

 

 

 

playados

(…)que la gema de los sueños

eran besos de luz y oscuridad;

abismos locos

que nos trajeron

hacia estas playas,

donde retozan enfermas

las sombras de nuestros recuerdos.»

 

 

 

 

 

 

 

 

La segunda parte la componen cinco poemas, a mi modo de ver, más ligados con el universo onírico de Ramón en los cuales se hace referencia al tiempo y a los sentidos, a los colores con los que se pintan los sueños. En este bloque, me llama la atención el poema  Accidente en el que Ramón «mancha con tomate unos versos de Verlaine». Lo reproduzco íntegro:

 

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«He manchado con tomate

unos versos de Verlaine

y al hacerlo me he sentido culpable

de algo tan ingenuo.

¿Qué dirá Verlaine?

¿Se habrá dado cuenta

y en su mirar de hinchadas pupilas

me insulte groseramente sutil:

¡oh, petit monstruo!,

o tal vez sus vulneradas musas

de arrogantes bustos altaneros

habrán sonreído pícaramente?

                                                                                          

He manchado con tomateverlaine-recreado

 

Unos versos de Verlaine.»

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La última parte del libro parece que vuelve a entroncar con la primera y, los ángeles tornan a dar el toque de pureza a los versos de Ramón y llenan de esperanza al niño poeta que volverá con versos nuevos, algún día, quizá cuando el opio de la poesía fluya de nuevo a través de su pluma. Os recomiendo su lectura. Lo ha editado «Mar Futura» a través de su colección «Eurínome».

 

* La imagen de  Leopoldo Novoa pertenece a la web de arte de Caixa Galicia.

* La imagen del segundo manuscrito de Verlaine, es una composición sobre el original.